Los espacios del pánico
(Estudios superficiales
sobre el vacío y el color)
Luis López-Chávez
7 de noviembre, 2024 – 8 de febrero, 2025
El Apartamento, Madrid (Main Room)


Los espacios del pánico corresponden a una genealogía formal y temática en las que se advierte el vacío como tema fundamental de mi trabajo.
Llaman mi atención lugares comunes en la arquitectura colonial y republicana de la Cuba contemporánea. La casa trasformada en dos casas, en varias casas, en cuarterías o instituciones estatales, que ha sufrido la desarticulación de su plano original. La casa expropiada, fragmentada, abigarrada, destrozada, vacía.
Luz y sombra son los motivos pictóricos fundamentales de esta serie: aquello que puede estar más cerca del vacío sin serlo; que acontece más allá del morador y su ideología. Un relato de esplendor y decadencia que inunda las habitaciones y sólo en el suelo encuentra parangón, contrastado con un sinfín de formas gráficas a modo de escenografía, decorado o telón de fondo. Así luz, sombra y suelo se transforman en teatro continuo; tokonoma sobre la superficie de una tumba.
Los espacios del pánico son aquellos lugares donde el vacío se patentiza de una forma trivial, aunque enigmática; considerados errores, excedentes o daños colaterales de la arquitectura y la planificación urbana, del diseño de la vida humana en sociedad y, en definitiva, de la razón. En cada proyecto de la razón hay uno, a donde van a parar, como a una tumba, todo aquello que escapa del entendimiento y toca los bajos fondos de lo inconsciente, lo intuitivo o lo visceral.
Investigo una posible representación pictórica de Los espacios del pánico en Cuba. Las losas de suelo son recubrimientos del vacío, porque son uno de los elementos constructivos que persiste a la destrucción arquitectónica. Huecos, grietas, derrumbes, puertas y ventanas se reducen a un último recinto: nichos fúnebres. La tumba y su lógica lúgubre articula la gramática pictórica. El hecho de una tumba en la sala del hogar es un contrasentido de resonancias lúdicas, casi un chiste de mal gusto. Diversión que esconde un desenlace trágico: los espacios del pánico como régimen borran al hombre de la historia.
Toda esta trama temática y conceptual queda relegada en cierta medida por el enfoque formalista y tecnicista del proyecto. Estamos en presencia de estudios superficiales sobre el vacío y el color. Docenas de dibujos, renders digitales, estudios cromáticos, escalas tonales, grisallas, baces, veladuras, etc. Disimiles experimentaciones con la técnica de los médiums. Y todo esto adaptado a la aerografía, que le da a la obra una tensión entre lo gráfico y lo plástico, entre lo artificial y lo pictórico. De modo que la forma plástica viene a atravesar toda narrativa externa planteando los estudios sobre la interacción del color como una realidad estética autónoma. Como diría Josef Albers: “sólo las apariencias no engañan”.
– Luis López-Chávez

obras
Luis López Chávez
Nicho No.4 Violeta (Tríptico secundario), 2024
óleo sobre lienzo, 140 x 180 cm (55.1 x 70.8 in)
Luis López Chávez
Nicho No.1 Amarillo (Tríptico primario), 2024
óleo sobre lienzo, 140 x 140 cm (55.1 x 55.1 in)
Luis López Chávez
Nicho No.3 Azul (Tríptico primario), 2024
óleo sobre lienzo, 140 x 140 cm (55.1 x 55.1 in)
Luis López Chávez
Nicho No.6 Naranja (Tríptico secundario), 2024
óleo sobre lienzo, 140 x 180 cm (55.1 x 70.8 in)
Luis López Chávez
Nicho No.8 Gris-rojo (Tríptico terciario), 2024
óleo sobre lienzo, 200 x 140 cm (78.7 x 55.1 in)
Luis López Chávez
Nicho No.9 Gris-azul (Tríptico terciario), 2024
óleo sobre lienzo, 200 x 140 cm (78.7 x 55.1 in)
Luis López Chávez
Nicho No.7 Gris-amarillo (Tríptico terciario), 2024
óleo sobre lienzo, 200 x 140 cm (78.7 x 55.1 in)
Luis López Chávez
Nicho No.5 Verde (Tríptico secundario), 2024
óleo sobre lienzo, 140 x 180 cm (55.1 x 70.8 in)
Luis López Chávez
Nicho No.2 Rojo (Tríptico primario), 2024
óleo sobre lienzo, 140 x 140 cm (55.1 x 55.1 in)
En su ensayo On Style, Susan Sontag comenta que “todo estilo es un medio para insistir sobre algo”, ese vehículo más o menos consciente que opera como catalizador de las obsesiones individuales. Por supuesto, aquí no nos interesa hablar de estilo, un ejercicio que, a estas alturas, levanta demasiadas sospechas debido a su presunto anclaje en el territorio de las formas. Pero sí nos interesa la insistencia en tanto dispositivo que tironea la percepción. Que nos dice: miremos hacia allí, al hueco, al equívoco, a ese espacio desencajado en donde la razón no funciona ya. Queremos hablar, digo, de las insistencias de Luis López Chávez, un artista obstinado, que da vueltas, tantea, escarba en las junturas de la armazón buscando indicios para penetrar la grieta.
A López Chávez lo mueve la noción de vacío. Se trata de un reconocimiento que tiene un origen ontológico pero que en esta serie se encauza desde lo arquitectónico y urbanístico. ¿Qué función cumple esta estructura liminal?, ¿cómo opera aquel espacio en el trazado aritmético de la ciudad?, ¿qué hacer con el sobrante, el bache, el accidente?, ¿de qué modo tramitar sus pertenencias a un mecanismo que se nos presenta como un continuum cerrado? López Chávez denomina esas imposibilidades semánticas “los espacios del pánico”. Y lo hace, básicamente, porque eso son. Asientos de un mecanismo fallado por los que se precipita la nada. Pero el vacío, así dicho, resulta una categoría extremadamente abstracta a la que cuesta aproximarse por la vía de la representación. De todas maneras, él lo intenta. Persiste porque el vértigo no se gasta. Como un agujero negro, es infinito.
Muy pronto, Luis se da cuenta de que la coartada naturalista, referencial, resulta insuficiente para llegar a donde quiere. No se puede “salir” del sistema repitiendo una y otra vez las mismas operaciones lingüísticas que lo clausuran y estabilizan (esto es, lo vuelven invisible). Entonces decide echarle un pulso al sentido común e insistir en el error, eso que llaman error, y que no es otra cosa que los límites sensibles y conceptuales de lo real. Lo que le interesa no es recrear el vacío sino instalarse en su ojo ciego. Al hacerlo, apunta hacia aquella premisa de Shklovski con relación a un arte cuyo objeto fundamental sería el de “dar una sensación del objeto como visión y no como reconocimiento”. Volver a la punzada, ese corrientazo que está de vuelta del sitio al que aún no llegamos.
Luego de varios años trabajando la pintura a la prima –o una variante más flexible a la que solía incorporar veladuras–, López Chávez echa mano de la grisalla para desarrollar las piezas de Los espacios del pánico. Dicha técnica le permitirá dominar mucho mejor la perspectiva de estas estructuras en tránsito, desplazarse hacia la pintura por capas y centrarse de lleno en la investigación del color. Antes, confiesa, no estaba conforme con los resultados. Cuesta imaginar los modos en que esa incomodidad se habría asentado en su obra, sobre todo si tomamos en cuenta que hablamos de la empresa imposible de asediar el vacío.
Pero Luis sabe bien a lo que se refiere, y en términos pictóricos se trata de habilitar un camino que posibilite la fuga. Una fuga de este tipo solo es viable si se hace patente aquello a lo que no tendríamos acceso desde el feudo de la razón. Hay que empezar, entonces, por reemplazar la idea de verosimilitud, tan cara a cierta pintura, por la idea de verdad. Hay que pisar tierra firme para ejecutar el salto.
La serie que da cuerpo a este proyecto de exposición se concentra en la figura del nicho fúnebre. López Chávez es fiel a sus dimensiones habituales dentro del cementerio de Colón de La Habana, Cuba (80 x 80 cm), al trazado estricto de ese cuadrado que circula, como un tótem, a través de historia del arte moderno. A él le llaman, en específico, las aproximaciones de Kazimir Malevich y Josef Albers. Ambos artistas harían del cuadrado su bastión investigativo, un motivo inagotable sobre el que ensayar en torno al espacio y el color. A Luis le interesan los dos: espacio y color, de la misma manera en que le interesan los vínculos entre lo cotidiano y lo trascendente, la sala de estar y el sepulcro familiar. No es casual que buena parte de su trabajo reivindique el elemento de la losa decorativa y lo convierta en parte de una personalísima liturgia de la anunciación. A fin de cuentas, ¿qué están recubriendo esas baldosas geométricas?, ¿qué esconden bajo el subterfugio esteticista de los patrones de color?
Luis me comenta que esta serie ha generado más estudios que obras. Ensayos alrededor del color, que no es objetivo, aunque lo parezca; que se define a partir de sus interacciones con otros colores, la luz, la ubicación en el plano. Lo que no dice, en cambio, es que su empecinamiento parece condenado a la dinámica cíclica de la prueba y el error. Y qué bueno que así sea, para que el vacío continúe operando como un territorio pendiente de domesticación, ese organismo vivo que golpea y confunde, el calambrazo en la espalda, la perturbación. López Chávez insiste en pintar esos espacios sin acomodo, y a veces lo logra. Hemos mirado los huecos perfectos en donde alguna vez quiso instalarse la noción de sentido, de utilidad, de objeto; nichos cuadrados o rectangulares que fugan hacia el infinito cual promesa de significación. Hemos visto rojos y azules degradarse en la oscuridad, un trozo de superficie que no para de profundizar la grieta. Allí, se supone, deberían estar nuestros huesos, pero en realidad no hay nada.
A esa carencia Mario Montalbetti la llama “búsqueda sin cosa encontrada”. Y de eso va el asunto, creo yo, de buscar sin llegar nunca al centro. Luchar contra la muleta del entendimiento, que es ilusoria y fácil de desbaratar. Que es funcional al sistema y, por ello, tramposa. Que no sabe qué hacer con la casa vacía, la tumba abierta, los restos de suelo enlosado en el corazón de los escombros.
– Daleysi Moya