¿Y si algo semejante pasara en estas nuevas pinturas? ¿Si una insólita estratagema quisiera hacernos olvidar los más asentados temas del arte y obligarnos a mirar de frente la pintura misma? ¿Si la seducción intrascendente de estos nuevos lienzos diera el grito más alto para desviarnos? ¿Si detrás de la alta idealidad de esos paisajes de origen y belleza digital, Ponjuán quisiera mostrarnos su endemoniada avidez por el pigmento, el arrebato de una pincelada, la tormentosa decisión de un tono, o la aspereza del soporte? ¿Qué pasa si ha preferido el desafío de elegir la más pueril de las imágenes para doblegarla en esa batalla tremenda que es la pintura; esa batalla en que partiendo de la nada, de un trozo de tela vacía, de una total ausencia, un lienzo puede transfigurarse en el sitio donde cabe toda la sed de un hombre?
Siempre habrá seres que necesiten ser más, ser otros, ser muchos. Pessoa tenía razón.
Corina Matamoros
Dile a Eduardo que hay cartas que nada más se escriben para mirar el sol naciente. Horas hasta el cenit. Son muchos los ciegos que están en satori por mirar al sol. Da igual los soles que le ha calcado al mismísimo Vincent. Los caballetes que permanecían en el sótano. Igual están los pies untados de sol. Suelas de 24 quilates cuando refulgen siempre sobre la escarcha. Para leer cartas debajo del sol lo único que hace falta es un par de botas cómodas. No importa que sean botas pintadas por el mismísimo Vincent. Hasta Heidegger, cuando miró las botas pintadas por el mismísimo Vincent, solo se interesó por el viento helado, el yermo barbecho del campo invernal. Todo eso preso debajo de las suelas (Vincent lo ve todo del mismo color. Ve la hoja blanca de la carta del mismo color amarillo que vería un alud sobre las blue mountains)